Real Unión de Criadores de Toros de Lidia

Toros de Leyenda

La cumbre mayor que puede lograr un criador de reses bravas es el indulto de uno de sus toros. «Gitanito», que fue indultado en la plaza de toros de Valencia el 28 de julio de 1994, fue uno de los acontecimientos de aquella temporada. Pero sin lugar a la duda fue también la guinda a un magnífico año de los torrestrellas de don Álvaro y del maestro albaceteño, Dámaso González.Don Álvaro Domecq ya dijo en nuestro primer número de esta ya larga e ilusionante andadura de Toro Bravo que para escribir de toros se proveía de la experiencia que, como ganadero, había podido adquirir en 60 años. Experiencia que se fundía con la de sus años como espectador cualificado y con la que obtuvo en las innumerables ocasiones en las que pudo acariciar con la muleta o con la cola de sus caballos a los toros.Todo ese cúmulo de experiencia, de sabiduría, sale a cuentagotas de Los Alburejos con cada torrestrella que se embarca para una plaza de toros. A veces esas gotas de experiencia se convierten en esencia de crianza, en leyenda. Esta sección de Toros de Leyenda pretende mostrar al lector un pellizco de historia salida de «Los Alburejos», camino de los corrales del Paseo de Játiva y derramada sobre el albero de la plaza de Valencia.Gitanito, perteneciente a la ganadería de «Torrestrella» fue el encargado de hacer historia el 28 de julio de 1.994 en las manos de Dámaso González. Pero su intrahistoria – que trata de contar pequeñas facetas relativas a las circunstancias de cada uno – viene de algo más lejos. Si nos remontamos a mayo de ese mismo año descubrimos que otro equipo veterinario había decidido desechar a este armónico ejemplar por falta de trapío. Quizás fuera debido a que sus 485 kilos produjeran esa sensación equivocada que muchos tienen de identificar romana con trapío. Pero lo cierto es que fue rechazado en otra plaza de similar categoría a la valenciana.Este tipo de historias casi siempre van asociadas a toros cuyas hechuras son prototípicas de lo que busca el ganadero y vienen a demostrar que algo falla en la Fiesta cuando, con frecuencia, ocurren cosas así. Toros de Leyenda ya ha tratado casos similares de toros rechazados que luego, en otras plazas y en otras circunstancias, transmitieron todo lo bueno que llevaban dentro. Las hechuras de Gitanito – que transpiraban embestidas por todas partes – afloraron en una bravura explosiva que recibió el premio del indulto.Como decíamos, sucedió el 28 de julio de 1994, en la Plaza de Toros de Valencia, cuando Gitanito fue indultado tras ser lidiado con inteligencia, profesionalidad y sabiduría por el maestro albaceteño Dámaso González. Y como suele ocurrir en estos casos la plaza fue una explosión de júbilo.Pero la bravura, que por un lado inundó a toda la plaza de emoción ante el esfuerzo realizado por toro y torero, extenuó las aptitudes físicas de Gitanito y, paradójicamente, fue el peor enemigo de esa vida que se había ganado tan valientemente. Según ha declarado Álvaro Domecq Romero, «el toro murió en la plaza. Llegó muy mal al campo porque se dejó la vida en la plaza. Y para nosotros fue una grandísima lástima. Pero éramos sabedores de ello porque que en estos casos, cuando hay tanta entrega, ocurre en la mayoría de los casos ese desenlace que nadie quiere».Gitanito fue ante todo un toro bravo y en eso coinciden criador y torero, y también coincide el baluarte más contundente: la genealogía. De pelo negro, poco bragado y marcado con el número 73, fue padreado por «Perdigón» y «Gitanita». Si seguimos tirando de genealogía llegamos a un semental fundamental, «Ingresado», padre de «Perdigón» y abuelo del propio Gitanito, cuyo papel ha sido clave a la hora de transmitir caracteres decisivos para la selección. A «Ingresado» no sólo le cabe el honor de ser abuelo paterno de Gitanito, sino que antes de ello había padreado a otro «Toro de leyenda», «Bienvenido» (perteneciente a la ganadería de «Jandilla», también fue indultado en otra plaza mediterránea, la de Murcia, dos años antes), del que ya hizo mención nuestro colega Alberto Ruiz en el número 19 de esta publicación. Datos que sin duda dan en cierto modo razón a aquellos que se apoyan en la libreta, y que tras comprobar sus notas dicen: este no puede fallar, aunque la genética no es infalible por lo que tiene de subjetivo, de esa parte instintiva que aplica el criador. Sin embargo, Gitanito no falló; se dejó todas sus fuerzas y todo su ser en la plaza de Valencia. Su matador, Dámaso González, tuvo que acabar también extenuado: «fue un toro bravo, tuvo alegría y mucha codicia. En el caballo resultó completo porque fue pronto, empujó y peleó bajo las varas. Prueba de ello es que murió por el castigo que sufrió en el primer tercio, porque se entregó mucho».Dámaso tuvo que sacar toda su técnica y valor para superar la bravura de Gitanito. «Ya en el capote fue bravo; lo fue de principio a fin. En el último tercio, con la muleta, fue bravo y ya se sabe que eso es complicado. Pero dentro de ello yo destacaría su nobleza, pues se entregó cuando lo tenía que hacer. Fíjese que hay toros completos, cuyas cualidades más importantes son la nobleza y la bravura, que destacan por uno de estos dos aspectos. Este destacó por los dos». Todos los que se enfrentaron a un bravo afirman que no es fácil estar delante de un animal así, si no que se lo pregunten a Juan Belmonte, o a Marcial, que incluso ya en su vejez recordaba con añoranza sobresaltada lo difícil que es vencer la bravura. De hecho Dámaso confiesa lo mismo que los clásicos: «que Dios te libre de que te toque un toro bravo. Aunque, un toro así, como Gitanito, es de los que necesita la Fiesta». Esa quizás sea la mayor alegría que pueda tener un ganadero, un torero y, por contagio emocionado, el público. Y tanta emoción es la que da a nuestra Fiesta contenido, dinamismo, verdad y sinceridad.Así que no nos extrañaría nada que en la retina de muchos de los espectadores de aquella tarde quedaran la imagen de Gitanito y la de don Álvaro (como se aprecia en la imagen), flanqueado por Dámaso y por el, en aquel entonces, su nuevo mayoral, hijo y continuador de la familia Cid tras el fallecimiento de su padre: el imborrable Juan Cid.